

El autor presentaba la edición italiana de este libro, que tuvo un éxito extraordinario, con estas palabras: Ésta no es una novela. Ni siquiera es un cuento. Ésta es una historia. Empieza con un hombre que atraviesa el mundo, y acaba con un lago que permanece inmóvil, en una jornada de viento. El hombre se llama Hervé Joncour. El lago, no se sabe. Se podría decir que es una historia de amor. Pero si solamente fuera eso, no habría valido la pena contarla. En ella están entremezclados deseos, y dolores, que no tienen un nombre exacto que los designe. Esto es algo muy antiguo. Cuando no se tiene un nombre para decir las cosas, entonces se utilizan historias. No hay mucho más que añadir. Quizá lo mejor sea aclarar que se trata de una historia decimonónica: lo justo para que nadie se espere aviones, lavadoras o psicoanalistas. No los hay. Quizá en otra ocasión. «Es una historia misteriosa, lacónica, perfecta» (Mario Vargas Llosa); «No paro de recomendar Seda» (J. Martí Gómez, La Vanguardia).
Pero no importa: como decía antes, más que una historia, es como un cuento de niños (pasando por alto el erotismo que hay entre sus páginas), como la típica leyenda de dudosa credibilidad y que nadie cuestiona porque la ficción es, en cierto modo, el sustento de todo lo demás, de todo lo que realmente importa. Y en estas páginas lo verdaderamente relevante son, vuelvo a ellos, los sentimientos. Unos sentimientos que en su mayoría son mostrados y no dichos, y que nos revelan, a nosotros lectores, además del significado de la amistad, una bonita historia de amor que no es la que esperábamos o buscábamos y que nos deja, casi literalmente, con la boca abierta. Sin embargo, lo más sorprendente de esta obra es la manera en que se nos ofrece tanto con tan poco, el modo aparentemente simple en que Alessandro Baricco nos regala un par de horas tan placenteras repletas de vida y color
Ficha técnica
Genial