Sin duda uno de los aspectos más sorprendentes y llamativos del comportamiento humano es la frecuencia y la intensidad de sus conductas agresivas y violentas. Tal hecho ha despertado desde siempre el interés de psicólogos, sociólogos, antropólogos o filósofos, así como el de otros especialistas en las más diversas disciplinas científicas, suscitando intensos debates y polémicas en los que -sin perjuicio de las peculiaridades y matizaciones que en cada caso sean pertinentes- se han defendido dos grandes posturas: la de aquellos que sostienen que violencia y agresividad son innatas -llegando, en casos extremos, a ver a nuestra especie como un conjunto de monos locos y asesinos- y la de quienes consideran que la violencia humana es debida a los procesos culturales y de aprendizaje. El autor examina críticamente ambas posturas, poniendo de relieve la insuficiencia de las mismas, y mostrando que el problema no puede ser planteado en términos meramente dicotómicos: Naturaleza o Cultura -formulación ya de por sí puramente confusa y metafísica-, sino que la clave explicativa ha de ser buscada en la confluencia dialéctica de ambas, esto es, de la dimensión biológica y la dimensión cultural del ser humano. El resultado es la teoría que aquí se ofrece, con la que se aspira no sólo a introducir alguna claridad en el asunto, superando tanto la posición innatista como la ambientalista, sino también contribuir a un mejor conocimiento del ser humano, pues sólo un profundo conocimiento de nosotros mismos -de nuestra agresividad, en este caso- nos permitirá hacer frente a los aspectos más nocivos y menos deseables de nuestro ser.