Como en una película barroca e inspirada, el libro se abre con una agonía real, la de Carlos III de Borbón, un déspota ilustrado. Majestuosa, la liturgia de la muerte despliega sus pomposidades con ese aburrimiento solemne de las ceremonias españolas. Estas luces que se apagan con Carlos III marcan el advenimiento de un siglo de furia y sangre. A medida que se amplía, la pantalla nos descubre una España casi medieval, cerrada en sus sueños imperiales; un país de contrastes impactantes donde todo se mezcla y se confunde; el lujo de unos y la miseria de la mayoría, el horror y la ternura, la alegría y la desesperación, el fanatismo y el misticismo, la cobardía y el heroísmo. Contenida por una etiqueta convertida en religión, la monarquía termina de descomponerse. Aquí está la Trinidad: Carlos IV, bonachón y simplón, la reina María Luisa, loba hambrienta de caricias vulgares, Manuel Godoy, su amante sin escrúpulos a quien convertirá en Príncipe de la Paz y miembro de pleno derecho de la familia real. Aquí está el príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII, un alma atrapada por el miedo y endurecida por el odio; su hermano don Carlos, un fanático piadoso que evoca a un personaje de Buñuel; aquí están las princesas vuelto locas por la atmósfera deletérea de estos palacios. Aranjuez, La Granja, El Escorial, donde las peores depravaciones, los complots más oscuros, las rencillas más exaltadas se mezclan en los cánticos y las letanías. Aquí está la reina viuda, María Cristina de Nápoles, atrapada en amores subalternos, risibles y triviales. Sobre todo, aquí está la inmensa y furiosa batalla que la modernidad, la Revolución Francesa y el Imperio, libra contra la tradición. Una batalla secular cuyo último eco será la Guerra Civil de 1936 a 1939. Michel del Castillo revive con una extraordinaria evocación esta España de los años 1788-1840, y bajo su pluma, la Historia se convierte en la más fantástica y alucinante de las novelas.