Jenny, divorciada, madre de dos hijas y empleada en una galería de arte, conoce a Erich Krueger, pintor que acaba de revelarse como artista de excepción y hombre dotado de considerable encanto personal. Es lo que se dice un flechazo: poco tiempo después, Jenny y Erich se encuentran casados e instalados en la fastuosa mansión que el hombre posee en Minnesota. Pero lo que parecía un futuro pleno de felicidad pronto empieza a degradarse; poca cosa, al principio: rarezas de Erich, relacionadas, sobre todo, con el abrumador recuerdo de su madre, fallecida accidentalmente cuando él era niño. Poco a poco, sin embargo, de forma callada y subrepticia, la paz y la muerte se van conjugando y empieza a formarse un hálito demoníaco. De pronto, inesperadamente, el horror se desencadena. Un horror que no tardará en poner en peligro no sólo el matrimonio de Jenny, sino incluso su vida y la de sus dos hijas. Un horror que parece tener su origen en algo espantoso que ocurrió tiempo atrás en aquella señorial mansión. Maestra en el arte de crear tensión, prender al lector y dejarle sin aliento, Mary Higgins Clark ratifica con esta novela lo que había manifestado ya en su relato anterior, La Cuna caerá: que es una de las mejores escritoras actuales del género de suspense.